martes, 17 de febrero de 2015

Curso sexista de Ego-Help (Capítulo 9)


 ¿Quién sería usted sin su depresión?


  Nadie. Usted, sin su depresión, no es nadie. Usted lleva meses deprimida, o mejor dicho, años; tal vez no seguidos, pero cómo olvidar la gran depresión de 1996, la de 2002, la de 2009… Usted ya casi no se acuerda de cómo o quién era usted sin ella, su Depre. Ah, la Depre, compañera inseparable de su vida.
Un día alguien le recomendó tomar antidepresivos, ¿se acuerda? Usted hizo caso y, por un lapso de tiempo, en efecto, literalmente alucinó. Usted iba andando por la acera medio drogada o drogada y media, diciendo para sus suculentos adentros: así que la felicidad era esto, así que hay gente que permanece en este estado sin pastillas ni drogas, gozando hasta de sacar al perro a mear bajo el mismo alcornoque de siempre.
Pero al cabo de un tiempo -tan breve- la voz interior preguntó:
-¿Y?
Y usted se dio de bruces con el más grande tabú de nuestra sociedad: la banalidad de la felicidad. Su vida era mucho más intensa con ella, su Depre. ¡La comparación ofende! Usted con su depre vivía intensamente el presente, usted sabía lo que era un minuto en toda su dimensión. Los mil cuatrocientos cuarenta minutos del día, usted sabe lo que es verlos desfilar uno tras otro, como alfileres vengativos.
Usted con su depre era alguien. Cuando le preguntaban familiares y conocidos ¿cómo estás?, usted tenía algo interesante que contar, algo medianamente trascendente: usted vivía al filo de la desesperación existencial. Usted tenía un alma peculiar.
De lo contrario, ¿quién se iba a interesar en usted? “Hola, ¿cómo estás?”. “Bien, no me quejo”. Bof. A ver qué conversación interesante puede empezar con esas dos anodinas líneas.
Nunca estuvo usted más sola que cuando tomó antidepresivos. Ya no se le acercaba nadie, nadie se interesaba por usted, ni siquiera esa gente que tapa su propia desesperación preocupándose por los demás. Ya sabe, esa prima segunda, tan bella persona pero tan aburrida, la pobre, que de vez en cuando la llamaba para tomarse un café, preocupada por usted “y lo suyo”. Ya sin su depre, ni esa prima la volvió a llamar. Bien sabía usted que esa prima no entendía toda la complejidad y hondura de su sentimiento agónico de la vida.
Lo cierto es que usted, sin su depre, se estaba pareciendo a su prima. Por eso todos los antidepresivos (sin excepción) tienen entre sus efectos secundarios aguzar las propensiones suicidas. Deprimida, usted nunca pensó en suicidarse, no en un sentido literal y práctico. El suicidio estaba siempre ahí como una amenaza (para los otros) y una salida deshonrosa (para usted). Para un deprimido que se precie, la depresión es un desafío, una vocación, no algo de lo que uno se evade como un blandengue.
Será mejor que usted aprenda a valorar y respetar su depresión. Ya son muchos años juntas. No permita que nadie se la arrebate ni se la cuestione. Escúchenos bien: los deprimidos tienen razón: la vida no tiene sentido. Los deprimidos gozan de una visión privilegiada y desnuda del absurdo de la existencia y su vacuidad. Un deprimido sabe que estar feliz es tan gratuito como estar triste.
(Aquí abrimos paréntesis para explicarle al neófito lo que cualquier deprimido de largo recorrido sabe muy bien aunque no siempre consigue explicar: no es lo mismo estar triste que ser deprimido. Triste, por ejemplo, está la prima de marras cuando un camión le destripa al perro.)
Un deprimido cabal casi nunca está triste, y menos aún vierte lágrimas. El deprimido lo que está es como ausente, al igual que los poetas. ¿Porque sabe qué?
Un deprimido es un artista.
Lo hablaremos en otra ocasión.