¿Quién sería usted sin su depresión?
Nadie. Usted, sin su depresión, no
es nadie. Usted lleva meses deprimida, o mejor dicho, años; tal vez
no seguidos, pero cómo olvidar la gran depresión de 1996, la de
2002, la de 2009… Usted ya casi no se acuerda de cómo o quién era
usted sin ella, su Depre. Ah, la Depre, compañera inseparable de su
vida.
Un día alguien le recomendó tomar
antidepresivos, ¿se acuerda? Usted hizo caso y, por un lapso de
tiempo, en efecto, literalmente alucinó. Usted iba andando por la
acera medio drogada o drogada y media, diciendo para sus suculentos
adentros: así que la felicidad era esto, así que hay gente que
permanece en este estado sin pastillas ni drogas, gozando hasta de
sacar al perro a mear bajo el mismo alcornoque de siempre.
Pero al cabo de un tiempo -tan
breve- la voz interior preguntó:
-¿Y?
Y usted se dio de bruces con el más
grande tabú de nuestra sociedad: la banalidad de la felicidad. Su
vida era mucho más intensa con ella, su Depre. ¡La comparación
ofende! Usted con su depre vivía intensamente el presente, usted
sabía lo que era un minuto en toda su dimensión. Los mil
cuatrocientos cuarenta minutos del día, usted sabe lo que es verlos
desfilar uno tras otro, como alfileres vengativos.
Usted con su depre era alguien.
Cuando le preguntaban familiares y conocidos ¿cómo estás?, usted
tenía algo interesante que contar, algo medianamente trascendente:
usted vivía al filo de la desesperación existencial. Usted tenía
un alma peculiar.
De lo contrario, ¿quién se iba a
interesar en usted? “Hola, ¿cómo estás?”. “Bien, no me quejo”. Bof. A ver qué conversación interesante puede empezar
con esas dos anodinas líneas.
Nunca estuvo usted más sola que
cuando tomó antidepresivos. Ya no se le acercaba nadie, nadie se
interesaba por usted, ni siquiera esa gente que tapa su propia
desesperación preocupándose por los demás. Ya sabe, esa prima
segunda, tan bella persona pero tan aburrida, la pobre, que de vez en
cuando la llamaba para tomarse un café, preocupada por usted “y lo
suyo”. Ya sin su depre, ni esa prima la volvió a llamar. Bien
sabía usted que esa prima no entendía toda la complejidad y hondura
de su sentimiento agónico de la vida.
Lo cierto es que usted, sin su
depre, se estaba pareciendo a su prima. Por eso todos los
antidepresivos (sin excepción) tienen entre sus efectos secundarios
aguzar las propensiones suicidas. Deprimida, usted nunca pensó en
suicidarse, no en un sentido literal y práctico. El suicidio estaba
siempre ahí como una amenaza (para los otros) y una salida
deshonrosa (para usted). Para un deprimido que se precie, la
depresión es un desafío, una vocación, no algo de lo que uno se
evade como un blandengue.
Será mejor que usted aprenda a
valorar y respetar su depresión. Ya son muchos años juntas. No
permita que nadie se la arrebate ni se la cuestione. Escúchenos
bien: los deprimidos tienen razón: la vida no tiene
sentido. Los deprimidos gozan de una visión privilegiada y desnuda
del absurdo de la existencia y su vacuidad. Un deprimido sabe que
estar feliz es tan gratuito como estar triste.
(Aquí abrimos paréntesis para
explicarle al neófito lo que cualquier deprimido de largo recorrido
sabe muy bien aunque no siempre consigue explicar: no es lo mismo
estar triste que ser deprimido. Triste, por ejemplo, está la prima
de marras cuando un camión le destripa al perro.)
Un deprimido cabal casi nunca está
triste, y menos aún vierte lágrimas. El deprimido lo que está es
como ausente, al igual que los poetas. ¿Porque sabe qué?
Un deprimido es un artista.
Lo hablaremos en otra ocasión.