Una película que
por ahora sólo existe en la cabeza de su guionista, Enric Rufas, y de quienes hemos
leído el guion.
Todo pasa a vista y paciencia del espectador, o más bien,
todo lo que parece no pasar está desnudo
y expuesto. El espectador arranca esta película confiado y confortable. No se
le oculta nada, que es la forma más perversa de no mostrarle nada.
Poco después, empieza a percibir esa tensión venenosa que
corre como aguas negras bajo la casa de los protagonistas. Y entonces ya le han
vuelto a engañar. Durante un rato el espectador cree que sabe de qué va la
película.
Los ritmos, es lo que mejor maneja la historia, dominio
absoluto de los tempos: hasta dónde te puedo hacer tragar sin perderte. Fondo y
forma convergen: el guion es en sí mismo un refinado mecanismo de tortura, a
imagen de la psicopatía que lleva ya hora y pico contándonos sin que nos
hayamos dado cuenta.
Llega el momento en que, ahora sí, el espectador cree que
lo ha entendido todo, incluso tiene minuto y medio en que siente que se aburre,
minuto y medio de reloj, quiero decir; calculado con frialdad. Aliviado, el
espectador se da ese lujo tan vulgar de aburrirse, como se aburren los
personajes que está viendo. Y es cuando Rufas hace que todo le reviente en la
cara.
Revienta sanguinolento, absurdo, increíble y es que lo
es. Es una explosión aparatosa, casi hasta el ridículo, o sin casi. Lo teatrero
del caso distancia y tranquiliza al espectador, que se siente inmune, incluso
por encima, de la situación. Y es entonces cuando viene el triple mortal para
atrás del guionista, una proeza bastante infrecuente en el cine, conseguida en
este caso con total maestría: esa mezcla de gracia y precisión.
Y fin. El resto de la historia le sucede a usted por
dentro. Al terminar el guion el primer impulso es: ganas inmediatas de volverlo
a leer, al menos el inicio. A ver, a
ver, ¿qué ha pasado aquí? Cuando ves, ya te ha vuelto a enganchar.
Los débiles es una película de ciencia ficción, de la más pura y
destilada: la que cuenta esa realidad que está a punto de suceder, que quizás
ya está sucediendo y sin duda ya se está gestando. Lo que nos viene a decir es:
tal vez nuestros hijos sí se salven del mundo que les estamos dejando… Ya verán
a qué precio. “Los débiles”: este título es como que el verdugo te guiñe un
ojo, antes de soltar la guillotina.