A propósito del estreno mañana
lunes 12 de diciembre del documental La
sombra del Naranjo.
¿Qué vamos a hacer con los viejos?
Y pegadita-pegadita a esta pregunta hay otra: ¿qué vamos a hacer cuando estemos
viejos? Hace unos años la vida me puso frente a frente con ambas preguntas (con
más premura con la primera), y descubrí hasta qué punto es una cuestión
acuciante para mis contemporáneos. Todo el mundo está perdido con este asunto. Cuando
empiezan a “chochear” los pilares de la familia, los demás miembros se vuelven
un poco locos. Qué hacer, cómo hacer, con qué dinero, con qué tiempo. Culpas,
razonamientos, sentimientos, rezos y cuentas, muchas cuentas, entran en escena.
La película transita
por todo este proceso. Y cómo lo hace: sin juzgar, sin señalar, sin amanerar la
cámara en ningún sentido; y desde luego sin tintes sentimentaloides, sin caer
en la estampa idílica, que tanto obstaculiza la lucidez.
La sombra del naranjo está contada desde
una discreta primera persona: los creadores cuentan algo sucedido a su propia
familia, pero son casi invisibles. Es que lo suyo no sólo no es protagonismo,
sino un acto de entrega. Alguien tenía que atreverse a contar ese gran drama
cotidiano al que se están enfrentando día tras día miles de familias, un drama
rodeado de tabúes, del que se habla poco o nada y se resiente todo y mucho.
Al terminar de
ver La sombra del naranjo lo primero
que uno piensa es: yo necesito que la gente vea este documental.