Las mañanas de sábado en el Garden Bistro.
Leemos, escribimos, analizamos y damos cabida a la tertulia
con un buen café, un cóctel, un brunch...
Las mañanas de sábado en el Garden Bistro.
Leemos, escribimos, analizamos y damos cabida a la tertulia
con un buen café, un cóctel, un brunch...
Sobre la expo de Carlos Tapia.
“Los siete pecados capitales” no lo son. El pecado es uno solo y es: renunciar a uno mismo. Disiparse. Perderse.
Los que tradicionalmente llamamos siete
pecados son tentaciones. Son las siete trampas principales que acechan al ser
humano, para alejarlo de sí mismo, de su consciencia. Por eso la célebre
oración dice: no nos dejes caer en la tentación. No nos dejes pasar por esa
puerta, porque capaz que no regresamos.
Me sorprende la labor intelectual de
acotar esas siete puertas malditas. El ser humano y sus catalogaciones, sus devaneos…
Me conmueve pensar en Aristóteles en estas disquisiciones. Siete extremos, eran
para él, siete formas de alejarse del justo medio, siete formas de perder la
dignidad humana. La cosa era seria.
Y viene Carlos Tapia y nos decora las
puertas tentadoras. Les pone luz y color y, cual maestro de ceremonias, se para
a la entrada y nos dice: Vean.
Es lo que hago. Veo las puertas, las
reconozco. Los mininos coloridos nos bajan las defensas y nos dejamos llevar.
Son tentadores en sí mismos. No son ni hembras ni machos; el vicio nos iguala
en más de un sentido.
El cuadro correspondiente a la pereza
me interpela especialmente. Me quedo observándolo y me doy cuenta de que me
despierta una honda pesadumbre. Recuerdo entonces algo que poca gente sabe:
hace muchos siglos, los siete pecados eran ocho. Antes estaba la tristeza. La
tristeza como puerta al pecado, qué les parece. Bueno, no sería el primer vicio
convertido en enfermedad mental en estos tiempos.
La tristeza se acopló a la pereza o
desidia, ese síntoma claro de la depresión, ya ven. No sé cómo ni por qué,
siento que el cuadro de Tapia ha captado esa prehistoria. El gato de la pereza
está triste, díganme si no, y tiene entre sus manos el peluche de sí mismo: un
gato exánime. Perder el alma, es el pecado.
Los invito a caer en esta tenue
tentación, la tentación de pararse al filo, en el marco de la puerta donde está
el pintor en silencio, con sólo su sonrisa de gato de Cheshire, y sin decirlo
nos dice: Pasen, pasen.