miércoles, 28 de octubre de 2015

LAS FEAS SOMOS MÁS MALAS


¿Por qué las brujas malévolas de los cuentos son viejas horrendas?


Porque a las viejas ya no les interesa el sexo. Y si ya nos les interesa el sexo, ya les valen un pepino los hombres… Porque para empezar, sin avidez sexual, a ver quién se enamora. A ver qué iba a ser el enamoramiento sin deseo sexual… Y cuando a una mujer los hombres le importan poco o nada, cuando ya no quiere conquistarlos, satisfacerlos; cuando ya no quiere agradarles siquiera, ya no hay forma de someterla. Por eso muchas veces las brujas son unas viejas horrendas que no se cortan los pelos de la barbilla y con las tetas por la cintura, porque si una no está para andar gustando a los hombres, ¿a cuenta de qué se iba a depilar con cera caliente, o embutirse las tetas en un wonderbra o teñirse las canas…?
La primera y mejor sumisión que hace lo masculino sobre lo femenino viene por ahí: el deseo de agradar, de complacer, de ser mujer deseable. Deja esto de importarle a una doña, y se vuelve sencillamente imbatible. Y eso sucede. Ese momento llega. Las mujeres pierden el deseo sexual, afortunada y sabiamente.
Pero precisamente para evitar esa liberación, cada vez hay más insistencia en que las mujeres mayores también tienen deseo sexual (y ahora hasta se dice que no tenerlo es una enfermedad), que también pueden verse bellas (entendiendo por bellas semejarse un poco a sus nietas…). Toda esa majadería de seguir metiendo a las mujeres menopáusicas en el mundo de las adolescentes tardías, es una estrategia para evitar esa liberación, esa libertad a la que temen tanto los hombres. Porque por cierto, los hombres viejos cacrecos, en cambio, siguen dependiendo de su deseo sexual, incluso más; cuanto más viejos e impotentes, más fácil agarrarlos por la entrepierna.
No es de extrañar pues que, de toda la vida, una vieja narizona y greñuda sea una bruja mala, porque ¿por dónde agarrarla, por dónde someterla? Más bien ella tiene un poder gigante. Si, por ejemplo, pone un burdel, se convierte en la persona más poderosa imaginable.
A estas mujeres las ponían como las malas malísimas y, en contraposición a ellas, nos proponían a la dulce abuelita pastelera y gatuna. Ahora a la dulce abuelita nos la han cambiado por una súper abuela que tiene dos amantes, tres liftings y tetas de silicona. Pero ese cliché es aún peor: es la vuelta al imperativo de que la mujer tiene que ser deseable. Deseable. Como los hombres viven esclavos de su rabillo, se le ha dado vuelta a la cosa y se ha hecho a la mujer esclava de ese deseo: hay que ser deseable (como si los hombres, por lo demás, se anduvieran con muchos remilgos…).
Las brujas de los cuentos son horrendas y no les importa. Eso es imperdonable y… ¡es lo que las hace tan peligrosas!