Hilda al inicio
En el
inicio fue Hilda. Como dijo ella misma en el estreno de su película, en un Magaly donde
no cabía ni un alfiler, si le hubieran dicho en 1993, a su regreso de Cuba, que
un día tal estreno estaría sucediendo, simplemente no se lo hubiera creído.
Pero pasó. Ahí
estábamos y vimos una película de impecable factura, un nada pequeño logro,
pero lo más importante: Hilda encontró a Hilda. Autenticidad y madurez están
unidas en su película “Violeta al fin”. Ahí en la pantalla vimos el ojo de
Hilda, dónde deposita su mirada, sus tempos, sus intereses, su forma de hacer
que ahora es además un claro saber hacer.
Fondo y
forma se conciertan en la historia: una historia suave, sin aspavientos, que
lleva en sí misma el ritmo de la adultez no por nada llamada mayor. Se atribuye
la siguiente frase a Igmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran
montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre,
la vista más amplia y serena”. Hilda lo sabe y Eugenia Chaverri, la portentosa
protagonista, lo interpreta, lo encarna, lo reencarna y lo sobrepasa. Ya no se
imagina uno a Violeta sin Chaverri.
El trabajo
en equipo –un equipo de primera– se nota y, los que hacen cine saben: eso es
mérito de la directora, ese es el gran trabajo: hacerse invisible y sacar lo
mejor de cada cual. Y Hilda lo acaba de hacer.