domingo, 23 de agosto de 2015

Sin hijos, gracias a Dios


RESEÑA del DOCUMENTAL EL DESEO MÁS GRANDE 


 Ver el documental “El deseo más grande” con estos ojos míos es un suplicio: ciertas cosas que ahí se revelan, ciertas personas que ahí salen hablando, me despiertan un repudio visceral. Y ese no es el nivel en que una quiere vivir y discutir las cosas. Imagino que su directora Gabriela Quirós también tuvo que tomar aire muchas veces para poder entregarnos esta pieza delicada, inteligente, penetrante y también tierna, que es su película sobre la FIV (fecundación in vitro) y su insólita prohibición en uno de los países más ricos, progres, prósperos, pacíficos y felices de América Latina, adivinen cuál: el nuestro, claro.
El documental es el resultado de un trabajo meticuloso y paciente, siguiendo a sus protagonistas a lo largo de más de una década, con una visión compasiva y crítica, en dosis exactas. Los protagonistas son costarricenses que no pudieron valerse de la FIV, porque aquí en CR está prohibida, gracias a Dios, o más exactamente sus representantes en la Tierra, ya saben a quiénes me refiero.
El documental dedica muchos minutos de pantalla a Alejandro Leal, activista en contra de la FIV, pues para él la FIV mata bebés.
La locución, también a cargo de Quirós, es un cuento tranquilo y respetuoso, confiado plenamente en la sensibilidad e inteligencia de su público. A ver cómo le va con eso: aquí estamos acostumbrados a que nos hablen como a borregos.
Las imágenes están a cargo de la directora y también de Hilda Hidalgo, así que una de las dos o las dos son las culpables de haberme metido en la cabeza una de las imágenes más grimosas que he visto en mi vida: un anillo con una gran piedra roja, quizá un rubí, en una mano regordeta que se seca el sudor en la sotana nerviosamente: es la mano de Monseñor Román, aquel que llamaban “Manzanita” y que Dios tenga en su gloria, pues para Dios no hay nada imposible.
Muchas reflexiones y preguntas surgen al ver este trabajo. En mi caso, mi eterna sorpresa por el miedo que les tienen los ticos a la confrontación. Ese precio tan alto que pagamos por esta que llamamos paz. Ese pánico casi escénico que parece que nos da decir: pues no, señor cura, usted no me dice a mí lo que está bien y lo que está mal.

Al terminar el documental, con el ánimo a la altura de los tobillos, una sola cosa te reanima y te esperanza: Gabriela Quirós es tica. Es de la mano de ticas como ella que se viene el cambio, ese cambio que sí se va a dar y sí veremos, pues son mentes como esas las que cada cierto tiempo sacan a este país del obscurantismo. No es que los países más prósperos y desarrollados produzcan más gente progresista, abierta, feminista. Es al contrario: la gente progresista, abierta, feminista, saca a su país del subdesarrollo.

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