¿Por qué las brujas malévolas de los cuentos son viejas horrendas?
Porque a las viejas ya
no les interesa el sexo. Y si ya nos les interesa el sexo, ya les valen un
pepino los hombres… Porque para empezar, sin avidez sexual, a ver quién se
enamora. A ver qué iba a ser el enamoramiento sin deseo sexual… Y cuando a una
mujer los hombres le importan poco o nada, cuando ya no quiere conquistarlos, satisfacerlos;
cuando ya no quiere agradarles siquiera, ya no hay forma de someterla. Por eso
muchas veces las brujas son unas viejas horrendas que no se cortan los pelos de
la barbilla y con las tetas por la cintura, porque si una no está para andar
gustando a los hombres, ¿a cuenta de qué se iba a depilar con cera caliente, o embutirse
las tetas en un wonderbra o teñirse las canas…?
La primera y mejor sumisión que hace lo masculino sobre
lo femenino viene por ahí: el deseo de agradar, de complacer, de ser mujer
deseable. Deja esto de importarle a una doña, y se vuelve sencillamente
imbatible. Y eso sucede. Ese momento llega. Las mujeres pierden el deseo sexual,
afortunada y sabiamente.
Pero precisamente para evitar esa liberación, cada vez
hay más insistencia en que las mujeres mayores también tienen deseo sexual (y
ahora hasta se dice que no tenerlo es una enfermedad), que también pueden verse
bellas (entendiendo por bellas semejarse un poco a sus nietas…). Toda esa
majadería de seguir metiendo a las mujeres menopáusicas en el mundo de las
adolescentes tardías, es una estrategia para evitar esa liberación, esa libertad
a la que temen tanto los hombres. Porque por cierto, los hombres viejos
cacrecos, en cambio, siguen dependiendo de su deseo sexual, incluso más; cuanto
más viejos e impotentes, más fácil agarrarlos por la entrepierna.
No es de extrañar pues que, de toda la vida, una vieja
narizona y greñuda sea una bruja mala, porque ¿por dónde agarrarla, por dónde
someterla? Más bien ella tiene un poder gigante. Si, por ejemplo, pone un
burdel, se convierte en la persona más poderosa imaginable.
A estas mujeres las ponían como las malas malísimas y, en
contraposición a ellas, nos proponían a la dulce abuelita pastelera y gatuna.
Ahora a la dulce abuelita nos la han cambiado por una súper abuela que tiene
dos amantes, tres liftings y tetas de silicona. Pero ese cliché es aún peor: es
la vuelta al imperativo de que la mujer tiene que ser deseable. Deseable. Como
los hombres viven esclavos de su rabillo, se le ha dado vuelta a la cosa y se
ha hecho a la mujer esclava de ese deseo: hay que ser deseable (como si los
hombres, por lo demás, se anduvieran con muchos remilgos…).
Las brujas de los cuentos son horrendas y no les importa.
Eso es imperdonable y… ¡es lo que las hace tan peligrosas!
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