CAPÍTULO 3
Imagen: collage de Silvia Piranesi
En
ocasiones veo porno. Muerta de miedo, por cierto, pensando que a medio video voy
a escuchar cómo se acercan las sirenas de la policía. ¡Uuuiiiuuu, uuuiiiuuu!
¡Abra la puerta! ¡Pum, pum, pum! ¡Sabemos que está ahí, viejo verde asqueroso!
Y entonces salgo yo en delantal (me pongo el delantal para justificar la cara
roja hinchada) y explico que no, no hay nadie más en la casa…
– ¿Algún
vecino podría estar robando su señal de internet, respetable dama?
Capítulo 3
Ni yo soy yo
En
ocasiones veo porno, culpable y confundida. Es como comer arroz con cuchara,
algo que hago cuando nadie me ve, agarrando la cuchara como una pala, cosa que
jamás pondría en Instagram y que si lo cuento aquí es por mandar un mensaje en
una botella a otra náufraga, en otra isla desierta.
En
ocasiones veo porno, y en tales ocasiones yo ya no soy yo ni mi casa es ya mi
casa, como decía el poeta, o más bien ni mi cosa es ya mi cosa, ni entiendo yo
ya de qué va la cosa. Es que… de un tiempo a acá, estimadas doñitas de mi edad,
a mí me está pasando algo raro. Dos puntos.
Yo
soy eso que llaman –o llamaban– heterosexual. Creo. Ya una ni sabe. Conque visualicen
el siguiente escenario: si yo cayera en una isla desierta con Scarlett
Johansson, y ella, como en aquel chiste de los años noventa de “mariconadas,
las mínimas”, se me acercara deseosa de sentir otra piel, una caricia; si
Scarlett Johansson se me acercara en ese plan, esta señora en delantal saldría
huyendo y más bien se internaría en la isla a la busca del orangután alfa, u
omega, da igual, el orangután más peludo y rabudo que tuviera a bien la vida
ponerme enfrente, o detrás, para el caso casi mejor.
Y
es que a mí nunca me han atraído sexualmente las mujeres. (Paréntesis: esto
tampoco lo ando divulgando por ahí, queda aquí en la intimidad de las redes,
pues si antes estaba bien visto, hoy se considera harto sospechoso eso de andar
promulgando la propia heterosexualidad). Bueno, me está costando mucho hoy
llegar al punto, parezco un orangután buscando el punto g.
El
caso es, ¿qué es este porno que veo, propio de viejos sátiros? Me he hecho
muchas veces la pregunta. Indagando en mi ser interior (o en mi cerdo interior,
como recomendaba Osho), he llegado a una respuesta que, me temo, me vuelve a poner
frente a mi herida, la vieja herida de mi vida que aquí nos convoca: no ser
guapa o no considerarse tal.
Procedo
a explicarme; aunque antes, el marco teórico. Estamos de acuerdo en que
Chayanne es el hombre más sexy del planeta, ¿verdad? Pues bien, vean: si en vez
de la policía, en mi puerta se personara Chayanne… Ay, se me aflojan las
piernas… es como si lo viera, sonriendo, con sus ochenta dientes refulgentes, Jesús
Cristo Redentor…
Ayyy,
¡¡qué vergüenza!! Yo de sólo imaginarme que Chayanne me vea la celulitis… ¡Fuchi,
fuchi! “Pero mujer, que es un regalo que te enviamos tus amigas, por tu
cincuenta cumpleaños; va a bailar Torero
sólo para vos, ahí en tu cocina”. Que no y que no, malditas, mejor me hubieran
dado esa plata para levantarme las tetas.
…
¿Entienden?
Parece complicado pero no lo es. Yo no deseo a Chayanne… Bueno, cuidao, que ya imagino los titulares
mañana: Cata Botellas: “A Chayanne, lo
sacaría a pescozones de mi casa”. Tampoco así. Pero es que yo soy mujer,
nacida en una muy mala época, y entonces lo que yo deseo no es a Chayanne sino
ser deseada locamente por él, sacar la fiera de Chayanne, que me arranque la
ropa a tiras (¡no, el delantal, no! ¡Corten! No me echen a perder la escena).
Yo lo que deseo es ser una de esas chavalas de tetas terráqueas y cuerpos
carnosos y jugosos y que Chayanne me traspase, me perfore, me atornille, me
haga pa’ allá y pa’ acá…
Se
dice fácil, pero vieran qué difícil es concertar estas puestas en escena
imaginarias; a veces haría falta un especialista de esos de Hollywood que
montara la escena y entonces una lo que termina visualizando es a Chayanne
forzando a Scarlett (ey, ¿y yo, y yo?), al final nadie es del todo alguien, una
no sabe quién está disfrutando a quién, ni con qué, ni una qué pito toca en el
molote, qué está disfrutando a fin de cuentas en su imaginación, porque dizque es
a Chayanne, pero al rato parece que es a la chavala, más bien, o a un tercero
que de repente aparece por ahí. ¿Quién es? ¡El bendito orangután!, que se me
vino detrás y, macho al fin, ahora quiere montarse a Chayanne. ¡Aaah, organicémonos,
organicémonos!
Pfff.
Muy triste todo, de verdad.
¿Se
dan cuenta? ¿Ven la cruz que cargo desde… uuuhh, desde que Cristóbal Colón
llegó con los espejos? No puede una ser deseable, deliciosa, suculenta… ni en sus
propias fantasías.
“Hasta
en sueños te he sido fiel”, dice la canción. Yo hasta en sueños me soy infiel. Si
se me apareciera el genio de la botella y me concediera un deseo, sería: ser
deseada. Qué esclavitud, qué sumisión. Mi excitación proviene de ser deseada y
para ser deseada tendría que ser otra que la que soy.
En
ocasiones veo porno. Y quedo avergonzada y con el alma arrugada en un puño como
un testículo sin pelos; quedo exiliada de mi propia sexualidad, de mi propio
pellejo. El porno que yo veo, créanme, debería ser prohibido.