jueves, 20 de agosto de 2020

A TRAVÉS DE LA HERIDA

 


-mi autobiografía considerada sólo desde la fealdad-

 

El caso es que parece que de mí se decía que era fea desde que nací, cosa impensable hoy, decirle fea a una criaturita de meses, pero eran otros tiempos, también se les podía decir enanas a las personas enanas. Según me han dicho, un día una tía mía (que encima se llama Pía) que venía llegando del extranjero y no me conocía, se quedó fría viéndome sin saber qué decir. Nadie le había avisado de aquella bebita con hirsutismo y un lazo de terciopelo rosado que parecía un flamenco en un matorral. Mi tía empezó a decir “ay… qué… pre… cio… sa…”, perdiendo fuelle a cada sílaba, hasta que mi propia madre soltó la carcajada. La capacidad de la risa para derribar tabúes es bien conocida. Mi madre con su risa espontánea abrió la veda y a partir de entonces ya se pudo decir de mí que era fea, dentro y fuera de casa y para siempre.

Qué veleidosos los tabúes, de qué se puede hablar, de qué no. Recuerdo una tarde que vi pasar a varios vecinos y sus esposas en una procesión silenciosa para ir así, como santos en ayunas, a la casa de mis vecinos de enfrente. Era una situación rara y más tarde supe de qué se trataba. Varios niños dijeron que ese vecino les tocaba, niños y niñas, toca aclarar, por lo que sigue. Yo pasaba metida en esa casa, sus hijos tenían los mejores juguetes y nos daban unas meriendas deliciosas. Pues bien, adivinen: a mí no me tocó, nunca, ni un poco, el tal sátiro. Vean si era fea, que ni el pedófilo del barrio me volvió a ver. Ahora sé que no opera así la cosa, que no se andan los pedófilos con melindres, pero yo era entonces una pulguita, hirsuta pero pulguita, y dice una frase genial que “uno ve el mundo a través de su herida” y qué creen, ¿que yo no notaba lo que provocaba mi no-belleza? A las otras niñas les decían muñequitas, princesitas, las peinaban y las vestían de encaje y no parecían monas vestidas de seda; una se da cuenta, como un perrillo maloliente, nadie se peleaba por sentarnos en su regazo. ¿Que ahora puedo dar gracias? Pues no, eso sería una muy ruin forma de deleitarme en la mala suerte de las bonitas, cosa que haré, pero más adelante.

Volvamos a la procesión de zombis que pasó frente a mi ventana. ¿Saben qué era? Pues que los vecinos se juntaron, hablaron el tema y decidieron hacer algo. Era un barrio de universitarios, intelectuales, “Cerebrópolis”, le decían, lo intelectual no garantiza lo chispeante; los vecinos intelectuales atravesaron la calle, llamaron a la puerta del pedófilo y sin levantar la voz le dijeron que se fuera del barrio. No hubo gritos ni puñetazos. Él se fue a vivir a otra urbanización, no demasiado lejos, por cierto, a hacer las delicias de niños y niñas de otros barrios, me quema la lengua por decir, pero la idea es llegar a mayor con todos mis dientes.

En la infancia me pasaba esto: yo me veía al espejo y no me veía fea; aún más, con la luz lateral de la ventana del baño, yo me veía bonita. Me brillaban los ojos, tenía unas pestañazas, si me mordía los labios se ponían rojos, como los de Blancanieves. ¿Por qué soy fea?, me preguntaba examinándome al espejo, como seguro le pasaba también al pequeño Aristotelito, que por eso terminó escribiendo un tratado de estética, que a lo mejor es lo mismo en lo que estoy yo ahora.

Qué hermosa es la infancia (comparada con lo que sigue). Una todavía no está formateada. Feo, bonito, qué es, quién lo dice, ¿por qué nadie me invita a bailar? Con esta última pregunta entramos de cabeza en la adolescencia, un periodo infernal que sólo las personas cretinas afirman haber disfrutado. En las personas sanas, con la pubertad viene el fin del pensamiento mágico. Sí: yo era fea. Ahora lo entendía; y si acaso no me creen, hay fotos. Fea full extras: aparato en los dientes, gafas con fotogrey, pelo cortado por una prima que estaba en prácticas… Menos mal podía contar con el apoyo incondicional de mi mamá, que me dijo que no me preocupara de que ningún muchacho me quisiera de novia, que eso cambiaría más adelante cuando, gracias a la madurez, los hombres se fijaran en mí por otras cosas. Risas. Aquí debería haber risas. Reconstruyo el momento: yo regresando de un baile del colegio, mi mamá en bata abriéndome la puerta a medianoche, consolándome con esas palabras: que, con la madurez, los hombres se fijarían en mi belleza interior. Risas no hubo. Y sin risas, fue la causa del demonio que fui más adelante.

Yo era fea pero no tonta y un naciente sentido de la dramaturgia me hizo entender que, si no era fea, al menos debía intentar ser mala. ¿Encima de fea iba a ser tan patética de ser buena persona? No fue una decisión consciente, lo he entendido después. A ver, les hago un retrato hablado: quince años, esa edad donde la mujer brota como un botón de rosa… Yo más parecía un cactus, era la más alta de la clase, me había estirado de golpe y tenía brazos y piernas desproporcionadamente largos y, por lo del hirsutismo, peludos, al igual que un bigote y una nariz de gancho que conservo hasta hoy por mi miedo a los médicos. Ya hubiera querido meterle cuchilla, pero pudo más el miedo a esos psicópatas en bata blanca de los que sin duda hablaremos en otra ocasión. Melena negra, larga y enmarañada, en los años ochenta, cuando esos rasgos iban irremisiblemente asociados a la suciedad, la fealdad y la maldad. Las niñas buenas de los libros, de las películas y anuncios, eran rubias, lacias, blancas. Y ahora van a creer que me lo invento (pero mis ex amigas no me dejarán mentir), tenía una verruga peluda debajo de una aleta de la nariz. Esa sí me la quité, pero ya a los treinta años, qué ridiculez, una edad en que lo honroso hubiera sido agarrar la verruga y embalsamarla en ámbar, engarzarla en platino y llevarla colgando del cogote. Hoy ni siquiera se entiende, pero vean, en el entierro de mi abuela, una tía mía inventó poner niñas vestidas de angelitas alrededor del féretro. Dos mocosas del barrio, rubias y cretinoides, que me caían fatal, fueron las seleccionadas para decirle adiós a mi abuela. Yo adoraba a mi abuelita, pero creo que hasta yo entendía que ponerme a mí sería como poner en la esquela al demonio de Tasmania.

Lista, listísima, mala, cínica, cabrona, había que compensar como fuera aquella falta de poder. Porque la belleza es poder, como bien sabemos todos por más que nos empeñemos en negarlo. Claro que ese empoderamiento de la fea que fui no fue un proceso consciente, más bien tarde lo he descubierto. Con la moda del bullying, y puesto que se calcula que un 90% de las mujeres centroamericanas hemos sufrido algún tipo de abuso, me puse yo a hacer memoria, y nada, no recordaba haber sido buleada nunca, lo que se dice nunca, ni me tocó el pedófilo ni nadie jamás me acosó. Hasta que entendí que ¡la buleadora fui yo! (Ahora debería detenerme y ofrecer disculpas a todos aquellos que bulié en el pasado, pero según mi propio código deontológico, eso sería bulearlos de nuevo). Sí, lo que no podés por las buenas, intentalo por las malas. Yo era fea, pero respetada, y si no respetada, temida, en la adolescencia no puede una andarse con sutilezas. Ahora que lo pienso, yo oía eso de que una señorita debía hacerse respetar, y no lo entendía. Darse a respetar era cosa de bonitas; las feas debíamos darnos a temer, como quien dice.

Ay, qué exagerada, ni que fueras tan fea, estará pensando alguna. Ajá. Es que todo este largo rollo es para contarles lo que me pasó a los diecinueve años, una edad en que toda mujer –sobre todo si fue fea todo el cole– se torna ligeramente esquizoide. Casi de la noche a la mañana, como Samsa pero a la inversa, amanecí guapa. Háganse cargo de que un día la enana (ya maldita, envenenada y malévola) amanece convertida en una joven espigada y esbelta. ¿Se lo imaginan? De eso trata el próximo capítulo.

2 comentarios:

  1. La belleza es un asunto estrictamente geográfico!! Cuando fui a Noruega y vi que todas eran blancas, rubias y de ojos azules y el standard de belleza era Tina Turner...supe que mi momento había llegado!!! 💪🏼😏

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  2. La belleza es un asunto estrictamente geográfico!! Cuando fui a Noruega y vi que todas eran blancas, rubias y de ojos azules y el standard de belleza era Tina Turner...supe que mi momento había llegado!!! 💪🏼😏

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