La Pandemia
2020: ese inesperado regalo para las menopáusicas
Por
la Dra. ginecóloga Taras Vulva
Hace medio año, se me quejaba una paciente de… Bueno, “paciente”, no,
pacientes son las lectoras de poesía costarricense; las mías son impacientes.
Se me quejaba una mujer en plena menopausia por tantos e incómodos sofocos. Me
decía: “Doctorcita, es como si cada media hora un gato me pasara una lengua de
fuego desde el escote hasta la coronilla”.
Tras mis viajes a Oriente y mis Altos Estudios Tibetanos, he incorporado
a mi sapiencia ginecológica las técnicas del yudo: toda fuerza enemiga o
adversa se suma a nuestro propio beneficio. De esta guisa, le recomendé el
siguiente ejercicio sanatorio de imaginación: Usted hágase la idea de que cada
sofoco de esos es un orgasmo. Siéntalo venir, agárrelo, gócelo. Ya verá que muy
pronto cuarenta y ocho subidones al día le parecerán pocos y estará deseando
que vengan más.
Lastimosamente, nuestra frenética vida occidental pervierte toda
sabiduría budista, deformándola, degenerándola. Mi impaciente menopáusica acató
de forma eficaz mis recomendaciones, pero perdió el trabajo que tenía como
dentista, pues a veces los orgasmos la encontraban con el taladro en la mano,
entre otras maniobras difíciles de orquestar con un orgasmo.
Es entonces, como un regalo inesperado y cifrado en código secreto, se
vino la pandemia bendita, el sueño tan mojado como ardiente de la mujer diez
del ayer, la menopáusica de hoy.
El confinamiento se ha convertido en el paraíso de las climatéricas:
adiós sostenes, talladores, sujetadores, botas, boinas, tacones, calzones y
bragas; adiós a todo lo que aprieta, lo que ahoga, lo que asfixia. Adiós a las
prisas, a los jefes, a todo tipo de deberes.
La menopáusica reina en su casa confinada, dando rienda a lo que le pide
el cuerpo y la cabeza: no hacer nada, no pensar en nada. Es un fenómeno
hormonal similar al de la preñez, y al igual que a la embarazada, a la
menopáusica el mundo le importa poco, o le importa, pero así de lejitos.
Si la princesa está triste y los suspiros se escapan de su boca de
fresa, la reina está henchida y los gemidos se escapan de su boca morada.
Mis ardientes menopáusicas se pasean desnudas por los pasillos de sus casas,
disfrutando los sofocos como orgasmos cuando y donde las pille, rociándose con
agua fría la cara cada vez que les da la gana y felices de que al fin nadie las
jode, en todos los sentidos de esa palabra, pues ninguna menopáusica cambiaría
su secreta, solitaria e imaginaria vida sexual por una en compañía de un
molesto animal pensante de carne y hueso, paradoja esta que no entiende sino
quien la vive, y a quien haya que explicársela es que no la va a entender.
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