viernes, 14 de agosto de 2020

¿SOFOCOS? NO, ¡ORGASMOS!

 

La Pandemia 2020: ese inesperado regalo para las menopáusicas

 

                                                   Por la Dra. ginecóloga Taras Vulva

 

Hace medio año, se me quejaba una paciente de… Bueno, “paciente”, no, pacientes son las lectoras de poesía costarricense; las mías son impacientes. Se me quejaba una mujer en plena menopausia por tantos e incómodos sofocos. Me decía: “Doctorcita, es como si cada media hora un gato me pasara una lengua de fuego desde el escote hasta la coronilla”.

 

Tras mis viajes a Oriente y mis Altos Estudios Tibetanos, he incorporado a mi sapiencia ginecológica las técnicas del yudo: toda fuerza enemiga o adversa se suma a nuestro propio beneficio. De esta guisa, le recomendé el siguiente ejercicio sanatorio de imaginación: Usted hágase la idea de que cada sofoco de esos es un orgasmo. Siéntalo venir, agárrelo, gócelo. Ya verá que muy pronto cuarenta y ocho subidones al día le parecerán pocos y estará deseando que vengan más.

 

Lastimosamente, nuestra frenética vida occidental pervierte toda sabiduría budista, deformándola, degenerándola. Mi impaciente menopáusica acató de forma eficaz mis recomendaciones, pero perdió el trabajo que tenía como dentista, pues a veces los orgasmos la encontraban con el taladro en la mano, entre otras maniobras difíciles de orquestar con un orgasmo.

 

Es entonces, como un regalo inesperado y cifrado en código secreto, se vino la pandemia bendita, el sueño tan mojado como ardiente de la mujer diez del ayer, la menopáusica de hoy. 

El confinamiento se ha convertido en el paraíso de las climatéricas: adiós sostenes, talladores, sujetadores, botas, boinas, tacones, calzones y bragas; adiós a todo lo que aprieta, lo que ahoga, lo que asfixia. Adiós a las prisas, a los jefes, a todo tipo de deberes.

La menopáusica reina en su casa confinada, dando rienda a lo que le pide el cuerpo y la cabeza: no hacer nada, no pensar en nada. Es un fenómeno hormonal similar al de la preñez, y al igual que a la embarazada, a la menopáusica el mundo le importa poco, o le importa, pero así de lejitos.

Si la princesa está triste y los suspiros se escapan de su boca de fresa, la reina está henchida y los gemidos se escapan de su boca morada.

Mis ardientes menopáusicas se pasean desnudas por los pasillos de sus casas, disfrutando los sofocos como orgasmos cuando y donde las pille, rociándose con agua fría la cara cada vez que les da la gana y felices de que al fin nadie las jode, en todos los sentidos de esa palabra, pues ninguna menopáusica cambiaría su secreta, solitaria e imaginaria vida sexual por una en compañía de un molesto animal pensante de carne y hueso, paradoja esta que no entiende sino quien la vive, y a quien haya que explicársela es que no la va a entender.

 

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